Uno podría empezar este artículo diciendo que el guandolo está hecho de sacarosa, glucosa y fructosa. Que su base es panela diluida en agua, con algo de limón, que aporta ácido cítrico y vitamina C. Que puede tener trazas de minerales como calcio, hierro o magnesio, según el tipo de panela usada.
Así podría comenzar, pero sería empezar mal. Porque el guandolo no se explica por lo que tiene, sino por lo que despierta. Por eso, mejor digamos que es el primer refresco que probaron muchos campesinos antes de conocer una gaseosa, el que se servía en un totumo fresco o en una botella de vidrio reusada, el que no se vendía, sino que se ofrecía como quien ofrece un descanso.
El guandolo, ese sencillo brebaje de panela, agua y limón, es mucho más que un conjunto de moléculas. Es una pausa. Una herencia. Una resistencia. Es el Caribe profundo en un vaso. O Macondo, servido con hielo.
Un legado que no caduca
Se le conoce en gran parte del Caribe colombiano, pero también se prepara en zonas rurales de Bolívar, Córdoba, Antioquia, Sucre, Magdalena y parte del Cesar.
En algunos municipios de los Montes de María lo llaman simplemente «panela con limón», y en otros, se le da un nombre distinto si lleva clavo, jengibre o se fermenta.
El guandolo no aparece en todos los menús de restaurantes muy elegantes, pero sí en canciones, en cuentos, en la memoria oral. Lo mencionan en celebraciones patronales, en conversaciones de hamaca, en las cocinas donde aún se guarda panela en bloque, no por nostalgia, sino por costumbre.
Es más, en una reciente investigación del Ministerio de Cultura sobre bebidas tradicionales en Colombia, se documenta el guandolo como parte del repertorio de bebidas no alcohólicas pero patrimoniales, por su vínculo con el trabajo en el campo, la transmisión oral del conocimiento y la identidad comunitaria.
La receta
No hay una sola forma de preparar guandolo, pero todas empiezan igual: agua caliente para disolver la panela, y después, reposo. Lo importante es no tener afán. Después se cuela, se le añade limón y se enfría. Puede ser con hielo o en jarras guardadas bajo sombra. Hay quienes lo hacen espeso como un almíbar, otros lo dejan ligero, casi como agua con memoria.
En algunos pueblos de Córdoba, se le agrega clavo o canela. En Magdalena, cáscara de naranja. En Sucre, jengibre molido. Cada variación tiene sentido: combate el calor, cura la garganta, acompaña la jornada.
Un vaso de guandolo no se toma solo para hidratar. Se toma para volver. Al patio, al machete, a la sombra del palo de mango, al fogón.
En todas partes
El guandolo no necesita título para hacerse notar. Está donde nadie lo espera: en el fondo de la cocina, en un vaso olvidado sobre una mesa de patio, en la escena muda de una novela, en el eco de una canción vallenata que ya nadie recuerda quién escribió.
No aparece como protagonista, pero está ahí, haciendo atmósfera. En “Mis mejores días”, de Diomedes Díaz, se desliza en medio de una conversación al calor del campo, servido sin énfasis, como quien toma agua para espantar el cansancio. En las canciones de grupos como Los Inquietos o Los Chiches, aparece como trago inocente, símbolo de adolescencias costeñas, entre la risa, el despecho y el recuerdo.
En la literatura, su rastro es más tenue. Algunos investigadores del Caribe, como Orlando Fals Borda, lo mencionan en crónicas sobre el campesinado, en especial al comparar costumbres entre regiones. En Campesinos de los Andes, aunque centrado en el interior del país, el guandolo asoma como ejemplo de bebida tradicional en contextos rurales. En registros de cultura oral recopilados por autores como César Severiche, el guandolo aparece en el listado no escrito de saberes domésticos: recetas sin libro, que solo viven en la garganta de quien las nombra.
En redes sociales, su presencia se ha multiplicado. En TikTok, videos caseros muestran a cocineras costeñas (con delantal de flores, tabla de madera y voz de abuela) explicando cómo prepararlo “como lo hacía mi mamá”. Ahí, el guandolo ya no es solo bebida: es reencuentro. Se prepara para combatir el calor, sí, pero también para convocar la memoria.
Y en ferias como Expoartesano, también está. No en afiches ni en vitrinas. En botellas recicladas, rotuladas a mano, sobre una mesa cubierta con tela de cuadros. Se ofrece con voz baja y una sonrisa que no fuerza venta. Solo pregunta: ¿Lo quiere frío?
Brindemos por él y con él
El guandolo no busca competir con jugos ni reemplazar bebidas. Solo pide permanecer. Servirse. Compartirse. Porque más allá de su dulzura, guarda algo más valioso: la forma en que una comunidad se cuida a sí misma.
Y si quieres probarlo como se hacía antes (sin marca, sin gas, sin prisa), en Expoartesano 2025 vas a encontrar guandolo servido por quienes aún saben que un buen refresco no es el más caro, sino el más sincero.
Nos vemos del 11 al 20 de julio en Plaza Mayor Medellín.